Dehesa de Dúrcal: por la senda de los Abedules

Como que el otoño no acaba de despegar, hay que buscar sus matices en valles recónditos, donde la humedad de ríos y barrancos compense lo que el cielo, de momento, nos regatea. Sólo nos quedaba un robledal cercano por conocer, y es el que adorna la umbría del Río Dúrcal, aguas arriba del Cortijo de la Magara. A los caducifolios habituales se une aquí una rara avis, que ya llevaba tiempo queriendo investigar: el abedul, del que aquí se encuentra la población más nutrida, casi única, de la Sierra.

De hecho no es la única, pues hay ejemplares aislados o pequeños grupos en otras localizaciones. Algunos -como los del Valdeinfierno/Monachil- incluso los tenía fotografiados desde lejos sin saber lo que eran. Pero la de Dúrcal es la única población que parece todavía capaz de evolucionar, presentando renuevos e individuos jóvenes, aparte de que, con unos cientos de pies, es con mucho la más numerosa.

Plano-Robledal-Durcal

El mapa (click para ampliar). Al Cortijo Echevarría se llega desde Nigüelas; desde la parte alta del pueblo se baja al carril del río, que remonta el mismo hasta un extraño edificio, que sobrepasamos por la derecha en fuerte ascenso; pasa bajo el Cucurucho, cruza el Río Torrente y asciende por la solana (21 curvas, como Alpe d’Huez). Luego, ya entre pinos, dejamos a la izquierda la desviación (señalizada) de La Magara para continuar hacia Fuente Fría, que está junto al Cortijo. Bajo el mismo, descartaremos un carril a la derecha, que sube, siguiendo a cota hasta una amplia arboleda de álamos, sauces y pinos (Punto A).

De entrada, hay una cosa que resulta extraña: todas las referencias a los abedules coinciden en situarlos en el Barranco de los Alisos, que es el que ocupa el centro del mapa. Y todos los mapas consultados sitúan el mencionado barranco en el mismo lugar en que lo vemos aquí… Pero en ese lugar no hay abedules (ni alisos, por cierto). Los abedules ocupan el barranco anterior al mencionado, como se indica en el mapa (mancha verde), además de algún pie suelto en la vereda del canal de Sevillana (línea azul fina), y otro aislado por encima de la toma de éste, junto al Dúrcal. No sé si el problema es terminológico o metafísico, pero alguien debería tomar cartas en el asunto (hay que decir que el plano del Sulayr que sacó el periódico Ideal los sitúa en el sitio correcto).

Pero bueno, al lío: hacía 10 años que no asomaba por aquí; los que había necesitado para olvidarme del carril. Creo que necesitaremos otros 10 para olvidarnos de nuevo, visto lo visto. Así que hago una leal advertencia: dicho carril es una pesadilla para cualquiera que no lleve un 4×4. Pedregoso y descarnado, ofrece más de una docena de oportunidades de dejarse los bajos del vehículo en el intento. Lo peor es la combinación, en algunos tramos, de fuerte pendiente y piedras sueltas: media hora estuvimos intentando remontar la cuesta donde abandona el fondo del valle, por encima de una exótica construcción. Las ruedas patinaban y no había manera, hasta que, pegaditos a la izquierda, cogiendo velocidad, rezando y empujando, conseguimos superar el escollo. Afortunadamente, lo peor es ese comienzo; si lo pasas, lo demás es algo más fácil.

Antes, un anticipo con esta alameda-sauceda en la Loma de Nigüelas, que vemos entre curva y curva del camino.

Entre curva y curva del camino, un anticipo otoñal con esta alameda en la Loma de Nigüelas. La parte superior de la loma, de pinos, se quemó en el infausto incendio de Tello del 2005.

Pasado Cortijo Echevarría, todavía hay un par de bañeras tamaño turismo mediano y con agua que son una risa. Así que llegados a una arboleda vimos espacio para estacionar y dijimos: «hasta aquí hemos llegado». Y estacionamos.

En esta curva del camino, por encima de la arboleda junto a Fuente Fría, comenzamos a andar.

En esta curva del camino, por encima de la arboleda, echamos a andar. Tomamos el carril izquierdo, en bajada, descartando el que sube (que no sale en la foto). El tiempo perdido en el acceso nos disuade de dedicarnos a buscar el afamado «Sauce de Fuente Fría» que los mapas sitúan por aquí. Será en otra ocasión, dentro de 10 años…

Comenzamos a 1.930 m de altitud, y el camino baja durante unos cientos de metros antes de estabilizarse.

Estamos en la amplia concavidad que vierte a los arroyos de Los Tejos y de La Cantina, que van a dar al Dúrcal por encima de La Magara. Pocos árboles aquí; hacia abajo, álamos, sauces y cerezos.

Estamos en la amplia concavidad que vierte a los arroyos de Los Tejos y de La Cantina, que van a dar al Dúrcal por encima de La Magara. Pocos árboles aquí; hacia abajo, álamos, sauces y cerezos.

Al fondo, el Cerro de las Buitreras, uno de los puntos de más desnivel de la Sierra, pues median casi 700m desde la cima hasta el fondo del río a sus pies.

Al fondo, el Cerro de las Buitreras, uno de los puntos de más desnivel de la Sierra, pues median casi 700 m desde su cima hasta el fondo del río a sus pies.

Algunos cerezos aportan su cro(dra)matismo a la escena.

Algunos cerezos aportan su cro(dra)matismo a la escena.

Conforme el camino va rodeando la loma, vamos viendo aparecer a un viejo conocido:

El Trevenque asoma la cabeza entre los cerezos…

El Trevenque asoma la cabeza tras los cerezos…

Por fin llegamos a la arista de la loma -la Raya de la Dehesa-, donde un portillo ganadero -«el palé»- corta el camino. Antes de entrar, echamos un último vistazo a la amplia panorámica a la que vamos a dar la espalda:

Desde la derecha: el Trevenque, los Alayos -con Los Gallos en primer término-, el valle del Dúrcal alineado con la Sierra del Manar al fondo, y a la izquierda las Buitreras. En el horizonte, Almijara, Tejeda y las sierras del Poniente granadino.

Desde la derecha: Tajos de Los Molinas, el Trevenque, los Alayos -con Los Gallos en primer término-, el valle del Dúrcal alineado con la Sierra del Manar al fondo, y a la izquierda las Buitreras y el arranque de Cerro Blanco. En el horizonte, Almijara, Tejeda y las sierras del Poniente granadino.

Tras el portillo, descartamos un primer desvío que baja a contramano a la izquierda. El terreno aquí es desnudo y pedregoso, pero no hay que desanimarse. Cambiará muy pronto.

Y como anunciando ese cambio, algún arce (Acer opalus granatensis) se nos pone en ámbar.

Y como anunciando ese cambio, algún arce (Acer opalus granatensis) se nos pone en ámbar.

Pensando yo en el Barranco de Los Alisos, héteme aquí que mucho antes salta la liebre:

¡Abedules! Ahí, a unos metros por debajo del camino. Me acerco para comprobar y… sí, son ellos.

¡Abedules! Ahí, a unos metros por debajo del camino. Me acerco para comprobar y… sí, son ellos. Sus pequeñas hojas triangulares y sus blancos troncos, rayados por lenticelas oscuras, no dejan lugar a dudas. En esta época son un alegre grupo, que se despeña tumultuoso barranco abajo. Barranco, por cierto, sin nombre hasta donde yo sé. ¿Qué tal algo original como… «Barranco de los Abedules»?

Continuamos por el camino principal, que rodea una hondonada donde pastan felices las vacas ¿y algún torito? Justo después se descuelga un nuevo carril por la izquierda, que tomamos. Caracoleando, va a acercarnos de nuevo al Barranco de los Abedules.

Del que tenemos aquí una vista lateral. Los abedules de aquí son una subespecie (Betula pendula subsp. fontquerii) que se distribuye, siempre escasa, entre el Sur peninsular y el norte de Marruecos.

Del que tenemos aquí una vista lateral. Los abedules de aquí son una subespecie (Betula pendula subsp. fontqueri) que se distribuye, siempre escasa, entre el Sur peninsular y el norte de Marruecos.

Al ir bajando, alcanzamos el límite superior de los robles (Quercus Pyrenaica), que ya nos acompañarán el resto del camino. No en vano estamos en un Robledal supramediterráneo:

Y entre roble y roble, arces, cerezos, y otro de los árboles típicos de este valle, raro en el resto de la Sierra: el sauce cabruno (Salix caprea), el único de la familia que se atreve a abandonar la orilla del río y a trepar por la ladera.

Y entre roble y roble, arces, cerezos, los abedules, y otro de los árboles típicos de este valle, raro en el resto de la Sierra: el sauce cabruno (Salix caprea), el único de la familia que se atreve a abandonar la orilla del río y a trepar por la ladera.

Cerca del arroyo, el otoño se impone…

Cerca del arroyo, el otoño se impone…

…y lo abedules vuelven a salir a nuestro encuentro.

…y lo abedules vuelven a salir a nuestro encuentro.

El camino va a acabar en un rellano poblado por un grupo de nogales, que aquí vemos desde arriba. En la ladera al fondo vemos ya el canal de la Sevillana -Canal de la Sultana-, que será nuestro guía en lo que sigue.

El camino va a acabar en un rellano poblado por un grupo de nogales, que aquí vemos desde arriba. En la ladera umbría al fondo vemos ya el canal de la Sevillana -Canal de la Sultana-, que será nuestro guía en lo que sigue.

Llegamos por fin al rellano, donde se agazapa una rústica casa de los enanitos.

Llegamos por fin al rellano, donde se agazapa una rústica casa de los enanitos.

Y por encima, una nueva vista del abedular, al alcance de la mano. Me quedo con las ganas de hacer una batida, pero Cronos manda -y mucho- en estos días tan cortos.

Y por encima, una nueva vista del abedular (la última, de verdad), al alcance de la mano. Me quedo con las ganas de hacer una batida, pero Cronos manda -y mucho- en estos días tan cortos.

Desde aquí se puede bajar por la izquierda al arroyo, y por ahí alcanzar la vereda del canal en sentido descendente (el mapa dibuja un carril, pero no es tal hoy en día). Pero nosotros iremos en sentido contrario. Así que, dando la espalda a la casita, echaremos a andar bajando hacia la derecha, ingresando en el rellano de los nogales y recorriéndolo hasta su extremo:

Hay árboles de buen porte… parecen felices de estar aquí.

Hay árboles de buen porte… parecen felices de estar aquí.

Llegados al sombreado extremo del claro, hay un momento de duda, pues una muralla vegetal nos cierra el paso. Se ve una trocha bajando a la izquierda, pero el sentido común nos lleva a la derecha, donde descubrimos la senda propiamente dicha, abriéndose paso entre zarzas y otras hierbas.

Le sigue un tramo despejado, llano y recto; una vía verde con todas las de la ley. Suponemos que es el propio recorrido del canal, aquí subterráneo.

Le sigue un tramo despejado, llano y recto; una vía verde con todas las de la ley. Suponemos que es el propio recorrido del canal, aquí subterráneo.

Y luego nos metemos de cabeza en la floresta: un precioso robledal que ocupa la parte más baja y pendiente de la ladera. En invierno no debe pasar de un par de horas de sol al día…

Y luego nos metemos de cabeza en la floresta: un precioso robledal que ocupa la parte más baja y pendiente de la ladera. En invierno no debe pasar de un par de horas de sol al día…

Y entre roble y roble… dos abedules descarriados. Desde su tronco, numerosos ojos nos miran. Parecen arcianos de Invernalia…

Y entre roble y roble… dos abedules descarriados. Desde su tronco, numerosos ojos nos miran. Parecen arcianos de Invernalia…

Los cerezos tampoco faltan a la cita. Ni los sauces cabrunos y los arces y, cómo no, los rascaviejas y alguna retama en las contadas exposiciones soleadas.

Los cerezos tampoco faltan a la cita. Ni los sauces cabrunos y los arces y, cómo no, los rascaviejas y alguna retama en las contadas exposiciones soleadas.

La senda no es más que un tenue hilo entre la floresta.

La senda no es más que un tenue hilo entre la floresta.

Desde ocasionales ventanas damos vistas al valle. La ladera de la solana está ocupada por un encinar abierto -como corresponde- salpicado de prados.

Desde ocasionales ventanas damos vistas al valle. La ladera de la solana está ocupada por un encinar abierto -como corresponde- salpicado de prados.

En general la vereda, aunque exigua, no tiene pérdida, salvo en un punto concreto: en él se puede bajar al canal, que se aprecia entubado y al aire, aunque otro ramal parece subir un poco, alejándose tal vez para ascender por la ladera; ése es el bueno. Y cierto que sube, pero porque poco después encontramos esto:

Este es, por fin, el Barranco de los Alisos propiamente dicho. Profundo corte en la ladera, por demás empinada, la zona donde circula el canal, más abajo, es rocosa e inaccesible, y la senda se ha elevado para evitar ese tramo.

Este es, por fin, el Barranco de los Alisos propiamente dicho. Profundo corte en la ladera, por demás empinada, la zona donde circula el canal, más abajo, es rocosa e inaccesible, y la senda se ha elevado para evitar ese lugar.

Hacia arriba, el barranco presenta aun más fieros relieves. Vemos encinas, robles, arces, sauces, pero hélàs!, no abedules.

Hacia arriba, el barranco presenta aun más fieros relieves. Vemos encinas, robles, arces, sauces, pero hélàs!, no abedules.

La senda baja al barranco, ayudada por un paso de tablas de madera que evita despeñarse. Las laderas son empinadas, hay piedras sueltas y bloques, se nota que la actividad erosiva no es cosa del pasado, sino que actúa año a año. Del otro lado recuperamos la cercanía del canal, aunque no lo vemos…

Lo que sí vemos es un colorido ejemplar de Cotoneaster granatensis, bueno dos juntos (es la primera vez que me ocurre).

Lo que sí vemos es un colorido ejemplar de Cotoneaster granatensis; bueno, dos juntos (es la primera vez que me ocurre).

Y así transcurre el recorrido, altos sobre el río, envueltos en esta magia otoñal.

Y así transcurre el recorrido, altos sobre el río, envueltos en esta magia otoñal.

Hay un momento en que los árboles se retiran y podemos ver el valle en su conjunto. Recuerda mucho a la Vereda de la Estrella, en el Genil, aunque con más variedad de árboles. Seguramente, después del Camarate, sea el bosque caducifolio más diverso de la Sierra.

Hay un momento en que los árboles se retiran y podemos ver el valle en su conjunto. Recuerda mucho a la Vereda de la Estrella, en el Genil, aunque con más variedad de árboles. Seguramente, después del Camarate, sea el bosque caducifolio más diverso de la Sierra.

Cerca del final, los robles nos hacen un umbroso palio. A un lado, majuelos, agracejos, rosales y zarzas hacen de quitamiedos.

Cerca del final, los robles nos hacen un umbroso palio. A un lado, majuelos, agracejos, rosales y zarzas hacen de quitamiedos.

Por fin, un vigoroso sauce doble nos franquea la entrada a un rellano donde encontramosla última revuelta del carril que, desde arriba, baja a la toma del canal. Será nuestro camino de vuelta.

Por fin, un vigoroso sauce doble nos franquea la entrada…

…a un rellano donde encontramos la última revuelta del carril que, desde arriba, baja a la toma del canal. Parecen dos paratas de prado, pero será nuestro camino de vuelta.

…a un rellano donde encontramos la última revuelta del carril que, desde arriba, baja a la toma del canal. Parecen dos paratas de prado, pero será nuestro camino de vuelta. Al fondo, alcanzamos a ver el punto en el que la vereda que viene de la mencionada toma se une al carril.

Pero de momento vamos a bajar al río, que ya está cercano. Así que tomaremos el carril hacia la izquierda, para bajar los pocos metros que nos separan del agua.

Y aquí está: el río Dúrcal, corto de agua, pero siempre montañero. Recuerdo haber estado en primavera, y no ver ni una piedra, todas sumergidas bajo un agua rugiente y cenagosa. Quiere decirse que, en primavera, mejor llegarse a la toma por este lado para cruzar, por una pasarela metálica sobre el azud.

Y aquí está: el río Dúrcal, corto de agua, pero siempre montañero. Recuerdo haber estado en primavera, y no ver ni una piedra, todas sumergidas bajo un agua rugiente y cenagosa. Quiere decirse que, en primavera, mejor llegarse a la toma por este lado para cruzar, por una pasarela metálica sobre el azud.

Pero hoy sí que se puede, aunque con ciertas precauciones. La avanzadilla de exploradores, liderada por Manolo, nos conduce entonces a las puertas del edén:

Un rotundo prado al sol, centrado por un hermoso arce y flanqueado de cerezos… es momento de asentar el culo y abrir las mochilas…

Un rotundo prado al sol, centrado por un hermoso arce y flanqueado por cerezos y chopos… es momento de asentar el culo y abrir las mochilas…

Y aquí, como suele ocurrir a las puertas del paraíso, la acechante fortuna me juega una mala pasada: al intentar volver a cruzar el río para reunir al rebaño, resbalo y doy con mis huesos en el suelo, con la cámara en unas rocas y con la batería y las gafas en el fondo del río. Siguen minutos de desconcierto borroso. Mary cae cuan larga es (que lo es) al cruzar, mientras la peña busca agujas en el líquido pajar. La batería de la cámara es lo primero que aparece (gracias, Lou) y luego, cuando ya abandono la esperanza de ver el resto del camino, Pino enarbola risueña mis lentes. Mary se recupera, y accedemos entonces al paraíso… pero no lo podréis ver porque la cámara, con buen criterio, se negó a funcionar a partir de ahí.

Gracias a Manolo, sin embargo, podemos reconstruir alguno de esos momentos dramáticos: aquí Pino y el que suscribe buscando la aguja.

Gracias a Manolo, sin embargo, podemos reconstruir alguno de esos momentos dramáticos: aquí Pino y el que suscribe buscando la aguja.

De ese lado del río, el carril (que, por cierto, se había escaqueado sibilinamente en el cruce del río, junto con una tonelada de sedimentos arrastrados por el agua), reaparece y asciende unos metros por la solana para luego estabilizarse y buscar la toma del canal. Antes de bajar a la misma, se bifurca por la izquierda un ramal que subiría en tiempos la ladera; hoy convertido en senda, es ni más ni menos que la parte del sendero Sulayr que viene de los Tajos de Los Molinas y, en definitiva, de la Cortijuela (Tramo 2).

El azud del río se cobija bajo una afilada arista de piedra, y sobre el agua cruza la pasarela que evita accidentes como los nuestros. Es un lugar umbrío y soberbio y, aprovechando la sobremesa, me interno unos metros río arriba intentando llegar al Barranco del Caballo, donde tengo entendido que también hay algún abedul. Llego, en efecto, al barranco, pero en sitio tan cerrado que es imposible continuar. Creo que, del camino, en la umbría y más arriba, sale alguna vereda que lo aborda. Quedará para la próxima década. En todo caso, sí encuentro un abedul, al mismo borde del río Dúrcal, unos metros antes del Barranco.

Vuelvo al prado por la umbría, sobre el Sulayr que es aquí una encantadora vereda que sale al camino, unos metros por encima de la revuelta por donde entramos. Desmontado el campamento, tomamos dicho camino ya sin pérdida para remontar la ladera, en dos o tres amplísimas revueltas.

Aquí, de nuevo gracias a Manolo, vemos la ladera durante la subida. Más abierta que la arboleda del fondo, ofrece sin embargo un variado mosaico de colores en la luz rasante.

Aquí, de nuevo gracias a Manolo, vemos la ladera durante la subida. Más abierta que la arboleda del fondo del valle, ofrece sin embargo un variado mosaico de colores en la luz rasante.

La revuelta que se acerca de nuevo al Barranco del Caballo permite, si nos acercamos a su pétreo borde, asomarnos a un vertiginoso abismo en extraplomo, y gozar de la vista del curso alto del río (pero no hay foto). Por lo demás, seguimos el camino hasta el punto en que lo abandonamos al bajar hacia el canal, y luego desandamos lo andado hasta los vehículos.

Alguien se acuerda de repente: ¡la foto oficial! Con el affaire de la cámara se nos fue de la cabeza. Junto a los cerezos de un cortijo aledaño, la cámara suplente nos saca del apuro.

Alguien se acuerda de repente: ¡la foto oficial! Con el affaire de la cámara se nos fue de la cabeza. Junto a los cerezos de un cortijo aledaño, la cámara suplente nos saca del apuro.

Y luego a los coches, deprisa, deprisa, que la noche cae. Los últimos metros del camino los iluminamos ya con los faros, que acrecientan el aspecto proceloso de cada resalte y pedrusco. Pero llegamos, victoriosos y rejuvenecidos, pensando ya en la próxima. Adeu.

5 comentarios en “Dehesa de Dúrcal: por la senda de los Abedules

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