Como que el otoño no acaba de despegar, hay que buscar sus matices en valles recónditos, donde la humedad de ríos y barrancos compense lo que el cielo, de momento, nos regatea. Sólo nos quedaba un robledal cercano por conocer, y es el que adorna la umbría del Río Dúrcal, aguas arriba del Cortijo de la Magara. A los caducifolios habituales se une aquí una rara avis, que ya llevaba tiempo queriendo investigar: el abedul, del que aquí se encuentra la población más nutrida, casi única, de la Sierra.
De hecho no es la única, pues hay ejemplares aislados o pequeños grupos en otras localizaciones. Algunos -como los del Valdeinfierno/Monachil- incluso los tenía fotografiados desde lejos sin saber lo que eran. Pero la de Dúrcal es la única población que parece todavía capaz de evolucionar, presentando renuevos e individuos jóvenes, aparte de que, con unos cientos de pies, es con mucho la más numerosa.
De entrada, hay una cosa que resulta extraña: todas las referencias a los abedules coinciden en situarlos en el Barranco de los Alisos, que es el que ocupa el centro del mapa. Y todos los mapas consultados sitúan el mencionado barranco en el mismo lugar en que lo vemos aquí… Pero en ese lugar no hay abedules (ni alisos, por cierto). Los abedules ocupan el barranco anterior al mencionado, como se indica en el mapa (mancha verde), además de algún pie suelto en la vereda del canal de Sevillana (línea azul fina), y otro aislado por encima de la toma de éste, junto al Dúrcal. No sé si el problema es terminológico o metafísico, pero alguien debería tomar cartas en el asunto (hay que decir que el plano del Sulayr que sacó el periódico Ideal los sitúa en el sitio correcto).
Pero bueno, al lío: hacía 10 años que no asomaba por aquí; los que había necesitado para olvidarme del carril. Creo que necesitaremos otros 10 para olvidarnos de nuevo, visto lo visto. Así que hago una leal advertencia: dicho carril es una pesadilla para cualquiera que no lleve un 4×4. Pedregoso y descarnado, ofrece más de una docena de oportunidades de dejarse los bajos del vehículo en el intento. Lo peor es la combinación, en algunos tramos, de fuerte pendiente y piedras sueltas: media hora estuvimos intentando remontar la cuesta donde abandona el fondo del valle, por encima de una exótica construcción. Las ruedas patinaban y no había manera, hasta que, pegaditos a la izquierda, cogiendo velocidad, rezando y empujando, conseguimos superar el escollo. Afortunadamente, lo peor es ese comienzo; si lo pasas, lo demás es algo más fácil.
Pasado Cortijo Echevarría, todavía hay un par de bañeras tamaño turismo mediano y con agua que son una risa. Así que llegados a una arboleda vimos espacio para estacionar y dijimos: «hasta aquí hemos llegado». Y estacionamos.
Comenzamos a 1.930 m de altitud, y el camino baja durante unos cientos de metros antes de estabilizarse.
Conforme el camino va rodeando la loma, vamos viendo aparecer a un viejo conocido:
Por fin llegamos a la arista de la loma -la Raya de la Dehesa-, donde un portillo ganadero -«el palé»- corta el camino. Antes de entrar, echamos un último vistazo a la amplia panorámica a la que vamos a dar la espalda:
Tras el portillo, descartamos un primer desvío que baja a contramano a la izquierda. El terreno aquí es desnudo y pedregoso, pero no hay que desanimarse. Cambiará muy pronto.
Pensando yo en el Barranco de Los Alisos, héteme aquí que mucho antes salta la liebre:
Continuamos por el camino principal, que rodea una hondonada donde pastan felices las vacas ¿y algún torito? Justo después se descuelga un nuevo carril por la izquierda, que tomamos. Caracoleando, va a acercarnos de nuevo al Barranco de los Abedules.
Al ir bajando, alcanzamos el límite superior de los robles (Quercus Pyrenaica), que ya nos acompañarán el resto del camino. No en vano estamos en un Robledal supramediterráneo:
Desde aquí se puede bajar por la izquierda al arroyo, y por ahí alcanzar la vereda del canal en sentido descendente (el mapa dibuja un carril, pero no es tal hoy en día). Pero nosotros iremos en sentido contrario. Así que, dando la espalda a la casita, echaremos a andar bajando hacia la derecha, ingresando en el rellano de los nogales y recorriéndolo hasta su extremo:
Llegados al sombreado extremo del claro, hay un momento de duda, pues una muralla vegetal nos cierra el paso. Se ve una trocha bajando a la izquierda, pero el sentido común nos lleva a la derecha, donde descubrimos la senda propiamente dicha, abriéndose paso entre zarzas y otras hierbas.
En general la vereda, aunque exigua, no tiene pérdida, salvo en un punto concreto: en él se puede bajar al canal, que se aprecia entubado y al aire, aunque otro ramal parece subir un poco, alejándose tal vez para ascender por la ladera; ése es el bueno. Y cierto que sube, pero porque poco después encontramos esto:
La senda baja al barranco, ayudada por un paso de tablas de madera que evita despeñarse. Las laderas son empinadas, hay piedras sueltas y bloques, se nota que la actividad erosiva no es cosa del pasado, sino que actúa año a año. Del otro lado recuperamos la cercanía del canal, aunque no lo vemos…
Pero de momento vamos a bajar al río, que ya está cercano. Así que tomaremos el carril hacia la izquierda, para bajar los pocos metros que nos separan del agua.
Pero hoy sí que se puede, aunque con ciertas precauciones. La avanzadilla de exploradores, liderada por Manolo, nos conduce entonces a las puertas del edén:
Y aquí, como suele ocurrir a las puertas del paraíso, la acechante fortuna me juega una mala pasada: al intentar volver a cruzar el río para reunir al rebaño, resbalo y doy con mis huesos en el suelo, con la cámara en unas rocas y con la batería y las gafas en el fondo del río. Siguen minutos de desconcierto borroso. Mary cae cuan larga es (que lo es) al cruzar, mientras la peña busca agujas en el líquido pajar. La batería de la cámara es lo primero que aparece (gracias, Lou) y luego, cuando ya abandono la esperanza de ver el resto del camino, Pino enarbola risueña mis lentes. Mary se recupera, y accedemos entonces al paraíso… pero no lo podréis ver porque la cámara, con buen criterio, se negó a funcionar a partir de ahí.
De ese lado del río, el carril (que, por cierto, se había escaqueado sibilinamente en el cruce del río, junto con una tonelada de sedimentos arrastrados por el agua), reaparece y asciende unos metros por la solana para luego estabilizarse y buscar la toma del canal. Antes de bajar a la misma, se bifurca por la izquierda un ramal que subiría en tiempos la ladera; hoy convertido en senda, es ni más ni menos que la parte del sendero Sulayr que viene de los Tajos de Los Molinas y, en definitiva, de la Cortijuela (Tramo 2).
El azud del río se cobija bajo una afilada arista de piedra, y sobre el agua cruza la pasarela que evita accidentes como los nuestros. Es un lugar umbrío y soberbio y, aprovechando la sobremesa, me interno unos metros río arriba intentando llegar al Barranco del Caballo, donde tengo entendido que también hay algún abedul. Llego, en efecto, al barranco, pero en sitio tan cerrado que es imposible continuar. Creo que, del camino, en la umbría y más arriba, sale alguna vereda que lo aborda. Quedará para la próxima década. En todo caso, sí encuentro un abedul, al mismo borde del río Dúrcal, unos metros antes del Barranco.
Vuelvo al prado por la umbría, sobre el Sulayr que es aquí una encantadora vereda que sale al camino, unos metros por encima de la revuelta por donde entramos. Desmontado el campamento, tomamos dicho camino ya sin pérdida para remontar la ladera, en dos o tres amplísimas revueltas.
La revuelta que se acerca de nuevo al Barranco del Caballo permite, si nos acercamos a su pétreo borde, asomarnos a un vertiginoso abismo en extraplomo, y gozar de la vista del curso alto del río (pero no hay foto). Por lo demás, seguimos el camino hasta el punto en que lo abandonamos al bajar hacia el canal, y luego desandamos lo andado hasta los vehículos.
Y luego a los coches, deprisa, deprisa, que la noche cae. Los últimos metros del camino los iluminamos ya con los faros, que acrecientan el aspecto proceloso de cada resalte y pedrusco. Pero llegamos, victoriosos y rejuvenecidos, pensando ya en la próxima. Adeu.
Pingback: Alamillos-Tercero-Valdearazo | elcaminosigueysigue
Pingback: Por Los Hechos al Carnero | elcaminosigueysigue
Buen artículo. Enhorabuena!
Pingback: Por los recodos de Aldeire | elcaminosigueysigue
Pingback: Atajo hacia el Dúrcal | elcaminosigueysigue