Umbrías de Lújar (o ¿quién necesita un Camarate?)

26 de Octubre 2021

Bueno, el título de la entrada es un poco provocador, pero quiere reflejar a un tiempo el hartazgo que provoca la imparable masificación de la Dehesa del Camarate, para la que ya hay que reservar entrada en estos días de otoño, y por otro lado el deslumbramiento ante un hermano menor localizado en unos parajes donde no te lo esperas, si juzgamos por la aparente adustez del entorno cercano. Quemada tantas veces como sus vecinas del otro lado del Guadalfeo, la Sierra de Lújar se presenta desde las carreteras que la rodean como un informe domo salpicado de pinillos en dificultoso crecimiento. Por eso sorprende descubrir que sus umbrías, hacia la parte más elevada, albergan uno de los mejor conservados acerales de la provincia…

Track de la ruta en Wikiloc

Lo que pasa es que hay que currárselo, porque esta maravilla escondida a la vista de todos (los pájaros) no desvela sus encantos hasta que no te has metido entre pecho y espalda un mínimo de 1.200m de desnivel, o 1.600 si subes con los mineros desde el comienzo del carril. Se trata éste del camino de las minas que horadan la loma al Oeste del Barranco de los Castillejos, y que en su primer tramo discurre por el fondo de este barranco. Se aborda desde un ensanchamiento al borde de la carretera entre Vélez Benaudalla y Órgiva, ya muy cerquita del tunel y puente sobre el Guadalfeo. Los más esforzados empiezan aquí, y hacen el sendero señalizado de la Ruta de los Mineros, que transcurre de inicio por inhóspitos aulagares, resultado del último gran incendio de la sierra, para luego ir entrando en materia (vegetal) por encinares de bajo porte antes de llegar a Los Pelaos, la cúpula cimera de la montaña, y luego bajar por la arista entre los barrancos del Castillejo y de las Cuevas de Camacho. Lo más bonico que se dice de esa cresta es que es difícil de bajar, tanto más cuanto que ya llevas todo el desnivel en las piernas, y poco se comenta de su riqueza botánica y paisajística. Pero si haces el camino en sentido contrario -siguiendo en esto al pionero St Pierre (ver Wikiloc)-, todo cambia y vas de frente a las bellezas del lugar (y con las piernas más frescas). También siguiendo a St Pierre, y siendo poco considerado con los bajos de mi furgoneta, yo suelo optar por ahorrarme el pateo de los casi 3 km iniciales del polvoriento carril, llevando a mi fiel Gwendoline hasta el punto en el que el camino abandona el fondo del barranco -hacia la derecha- para subir hacia las minas, como hice cuando subí el Barranco de los Castillejos.

Desde allí arranca un vetusto carrilillo por el fondo del barranco, que al cabo de unos 250m lo abandona, pero por la izquierda, subiendo hacia la loma donde se enclava la Casa Forestal del Rollo. Esta loma será la que nos lleve, directos y sin escalas, hasta el meollo de la sierra.

Ganando altura por el carril, momentáneamente de espaldas al barranco, que aparece aquí como una soberbia garganta cuajada de pinos.

Dejando la casa forestal a la izquierda, el camino conduce hasta la mismísima divisoria de la loma, por la que sigue sin contemplaciones (bueno, salvo la muy estimulante de buena parte de Sierra Nevada y la Alpujarra, a la que daremos olímpicamente la espalda para mirar hacia las cimas de Lújar):

La loma ¿del Salto?, con el Barranco de los Castillejos a la derecha y el de las Cuevas de Camacho a la izquierda. Aquí siguen siendo dominantes los pinos, y nada nos indica que eso vaya a cambiar en breve…
¿O sí? Porque tirando de zoom, ya nos llaman la atención unas vigorosas pinceladas anaranjadas, moteando los riscos del Barranco de los Castillejos.

Este primer tramo de la loma alterna súbitos repechos con rellanos que nos permiten recuperar el resuello, mientras el carril se convierte en senda y vamos entretenidos con los poderosos relieves a uno y otro lado:

El de las Cuevas de Camacho exhibe pintorescas formaciones rocosas, donde ya las encinas comienzan a sustituir a los pinos.
La loma comienza a afilarse. Por un momento da la impresión de que el Barranco de las Cuevas de Camacho viene a morir contra nuestra loma, pero en realidad ocurre que abre un profundo tajo en el farallón de la izquierda para volver a ensancharse más arriba. Nuestra ruta seguirá la divisoria hasta una última cuestecilla despejada por debajo del pináculo que destaca a la izquierda del centro de la foto.
Hacia atrás se nos abre como una granada el Barranco del Poqueira, con Bubión y Capileira en el centro a los pies del Mulhacén.
Todavía hay senda cuando nos escoramos ligeramente hacia Los Castillejos, antes de afrontar esa última cuestecilla que comentábamos. Enfrente, los tajos del Higuerón.
Ya estamos al final de la cuestecilla de marras (aunque lo de cuestecilla es un decir: quita el aliento). El sol juguetea con las lavandas como marcando el camino a seguir. A partir de aquí la senda se hace más difusa y pronto habrá que confiar en nuestra intuición. En todo caso, al abarrancarse el terreno a nuestra derecha, no hay más alternativa que proseguir por la vertiente del Barranco de las Cuevas, aunque siempre cerca de la divisoria.
Nueva mirada atrás, después de coronar el primer resalte rocoso. Dos encinillas bailan un dueto al sol.
Y del lado de Los Castillejos, de repente estalla el otoño: regueros de arces, quejigos, mostajos y cornicabras se abren paso entre poderosos relieves calizos. Ese barranco/terrera es la primera ruta de salida -aunque de pendiente casi criminal- para los que han llegado hasta allí por el fondo del barranco.
Asomados ahora al Barranco de las Cuevas de Camacho, que se ha vuelto a ensanchar después de su cahorro. No decía lo del Camarate por decir, pues este poco le envidia el color a aquel.

Hay algún momento en el que las trochas del ganado nos invitarían a mantener la cota, acercándonos al fondo del barranco. Hay que desoir esos cantos de sirena: en caso de duda, en este punto hay que acercarse de nuevo a la divisoria si no queremos enfangarnos en espesuras poco transitables. Mejor algo de roca viva que arbustos y pedregales.

Así que de nuevo avistamos Los Castillejos. Los arces que venimos viendo en la lejanía se acercan aquí hasta nosotros, destacando entre las oscuras encinas, mientras hacen su aparición los piornos (Erinacea anthyllis), lo que nos alerta del cambio de piso climático. Estamos rondando ya los 1.500 m de altitud, y llevamos unos 800 de desnivel ¡ya queda menos!
Hay que decir que casi no sentimos la cuesta, embobados/embebidos en este paraje de cuento. Yo venía con la idea -intuida en el fondo del barranco, en aquella ocasión- de disfrutar de algo de colorido otoñal, pero esto supera todas mis expectativas. Sólo el Camarate, en efecto, presenta acerales más nutridos, pero en cuanto a relieves, estos son más espectaculares. Puede verse, en otro orden de cosas, cómo el avance por la cresta se realiza sin más remedio por su lado izquierdo, dados los tajos de esta vertiente.
Al final llegamos a un punto donde la cresta va ensanchándose y desaparecen los tajos en su costado derecho. Hemos rebasado los 1.650 m de altitud e ingresamos suavemente en la calva de la montaña. Lo peor de la pendiente empieza a quedar atrás, aunque todavía quedan bellezas por descubrir…

Hay que decir aquí que, en lugar de ascender recto hacia los primeros repetidores para tomar el carril en primera instancia, me desvié conscientemente a la derecha -así aparece en el track-, buscando mejores visuales de la última parte del Barranco de los Castillejos. Si con ello me ahorraba algo de subeybaja, mejor; pero realmente no es así, porque luego hay que derivar a la izquierda para contornear un ramal del barranco que asciende casi hasta arriba, de modo que, salvo por las perspectivas, podéis subir en derechura hasta el carril.

En todo caso, esa ruta más baja me acerca a los últimos pinos de la vaguada, que dejan las fotos algo más apañás
… y permiten disfrutar del barranco desde arriba con más propiedad (no me preguntéis a qué me recuerda esa vistosa hendidura en la montaña, malpensados…)
Superados los últimos árboles entramos en el reino indiscutido del piorno, que alfombra buena parte de los Pelaos.
El repetidor de Lújar. Algo más a la izquierda hay un primer grupo de antenas. Aquí puede verse lo que comentaba hace un momento: si no queremos bajar para luego subir, habrá que volver a derivar a la izquierda para llegar a ellas.

Cumplida esa travesía, nos asomamos a la divisoria del cerro, apartándonos unos metros del carril:

Nubes bajas en la costa granadina. El tiempo se apresta a regalarme unos cuantos efectos especiales
El aire húmedo de la costa se condensa en nubes en la vertiente del mar, que se deshacen enseguida al superar la divisoria. Yo, que suspiro por alguna niebla que echarme a la cámara, agradezco su efecto escenográfico.
He acabado llegando al carril, por el que me desplazo entre unas y otras antenas. Los pinos -P. sylvestris- son de pequeño porte, imagino que adaptados a una posición muy desprotegida del viento y del sol.
A mi espalda, el Veleta juega al mismo juego con sus nubes ¡Cu-cú!
Cumbres borrascosas…
Es un espectáculo…
Aunque, desde luego, las vistas de la costa son más bien limitadas. Pero esos efectos de separación de planos, que son tan raros en nuestro clima habitualmente despejado, no dejan de estimular mi pasión fotográfica.
Los Pelaos se sueltan la melena. El camino resigue en subeybaja toda la divisoria, orillando el comienzo de Los Castillejos a la derecha y unos desniveles de cierta importancia a la izquierda. Y yo disfrutando del sol y la niebla al mismo tiempo. No podía haber escogido mejor día para la aventura.
Superada la vaguada que se convertirá en Barranco de los Castillejos, toca subir un poco…
… ganando interesantes perspectivas sobre el Barranco. Salvando las distancias, me recuerda a los Llanos de Sedella, donde también el bosque multicolor sustituye a lo despejado en cuanto bajas un poco por la umbría. Leyes de la vida vegetal, buscando sus nichos bioclimáticos. Órgiva al fondo.
Superada la cuestecilla, ya estamos en lo que son más propiamente Los Pelaos. Hay que acercarse a la línea de pinos del fondo. La senda es exigua, pero el terreno no ofrece ninguna complicación.
¡Woah! A mi espalda las nubes disparan la traca final.
El borde de los pinos, donde la senda acabará reconvirtiéndose en carril. No hay más que seguirlo hasta que acaban los pinos, sustituidos por encinas, momento en el que desembocaremos en otro que tomaremos a la derecha.

Este rodeo de los pinos es, efectivamente, un rodeo, y el carril del otro lado, que yo imaginaba casi llano, va a resultar tener unas bajadas y repechos de fuerte pendiente, que romperán mi lusión de que «ya es todo bajada…». Dada la configuración del terreno, apostaría a que el ganado se conoce algún atajo que atraviese el cinturón de pinos y salga al carril mucho más cerca del borde de Los Castillejos. Hoy no toca, porque me apetecía mucho hacer este tramo, pero prometo buscar esa conexión algún día.

Aquí ya hemos doblado la esquina y volvemos a mirar hacia Sierra Nevada. Vamos a rozar la cabecera del Barranco del Vicario, que tan pinoso y arisco es allá abajo…
¡Y mira tú aquí! Creía yo que había terminado mi ración de arces, pero nada de eso. Con claroscuros de sol vespertino, además.
De nuevo arces, cornicabras y piornos compiten por el espacio.
El paisaje se «camaratiza» de nuevo.
Tú dí que cuelgo esta foto sin decir de dónde es… ¿quién pensaría en la Sierra de Lújar?

En fin, una locura. Como locura me parece el trazado del carril, que sube y baja como si no hubiera un mañana. Parece que lo de culebrear para mantener la cota no va con él. Menos mal que es precioso, con los pinos dando el toque alpino por la derecha y el encinar-aceral por la izquierda. Al final, superado el Barranco de Los Hornos desmbocamos en una penúltima loma:

Que podría ser de la Sierra de Huétor, mismamente. Hacia la derecha baja el camino, ya suavemente, hasta las inmediaciones del profundísimo barranco de los Castillejos…
Al que me asomo para despedirme, lo mismo que el sol, que ya solo roza los árboles más elevados.

El carril baja por la loma hacia la Mina de San Isidro, pero eso colocaría el Barranco de la Negra entre nosotros y nuestro destino, de forma que lo abandonamos por la derecha cuando comienza a bajar, y por huidiza senda, muy cerca de la divisoria de los Castillejos, progresaremos en busca del cortafuegos que nos acercará a las minas de esta ladera.

¡Es el único momento en el que puedo ver el mar! Es de cobre. La luz es preciosa, pero me indica que me queda poco tiempo. Me he pasado con las fotos, y ahora toca arrear. Lo malo es que el tránsito de la divisoria al cortafuegos, aunque despejado, es de terreno pedregoso y arbustoso, con lo que el avance no puede ser tan rápido como debiera.

Total, que llego al cortafuegos y lo bajo al trote hasta el penúltimo carril que lo atraviesa, por donde sigo trotando -y tragando polvo- hacia las minas.

Una de cuyas balsas me arranca la penúltima foto, ojo de agua mirando al ojo de fuego…
Las vistas, como ya han comentado muchos, son espectaculares, aunque ahora son sólo siluetas contra el incendio del cielo.

La última luz me da para bajar la escarihuela que atrocha la amplísima revuelta de La Maleza, pero ya no para tomar la Ruta de los Mineros, así que paso ya casi de noche junto a la Mina de Carriles (¡todavía los mineros están acabando la jornada!) y me precipito por las revueltas polvorientas del carril mientras baja al fondo del barranco, donde me espera el vehículo. Lo de polvoriento no es figura retórica: en algunos puntos es una cuarta de finísimo polvo, que pisoteo con entusiasmo en mi huida. Por suerte es de color claro, lo que me permite llegar hasta mi fiel Gwendoline sin despeñarme por algún balate. ¡Caasaa!!

1 comentario en “Umbrías de Lújar (o ¿quién necesita un Camarate?)

  1. Manolo Molina

    Parece imposible pero cada entrada sube el nivel sobre la anterior. Es un placer disfrutar de tus magnificos reportajes. Muchas gracias por ponerlas a nuestra disposición.

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