Hacía ya un par de años que habíamos hecho una «localización de exteriores» por el río Quiebrajano y el castillo de Otíñar, al sur de Jaén, donde una montería nos había echado para atrás. Aquel fugaz vislumbre del profundo y frondoso valle auguraba rutas espectaculares. Aprovechando que sólo Lourdes había respondido a la convocatoria dominical, decidimos volver, con la intención de profundizar la exploración de la zona. Constituida como parque periurbano de la ciudad -Monte la Sierra-, en realidad es un trozo de naturaleza abrupta y rica que alberga múltiples atractivos…
Para un giennense es cerca, claro; para nosotros, incluye llegar hasta Jaén, de donde se sale luego por la carretera de Los Villares para enseguida tomar el desvío señalizado como Monte la Sierra. Esta estrecha carretera asfaltada baja hasta Puente la Sierra, y luego asciende un escalón del terreno, evitando una espectacular garganta del río, cuyas paredes bien merecen una parada contemplativa. Baja luego al valle, que recorre hacia arriba hasta el embalse del Quiebrajano, que procura el abastecimiento de la ciudad de Jaén. Pero antes se encuentra, a la derecha y sobre un airoso cerro, el castillo de Otíñar, a cuyos pies es frecuente encontrar aparcados los coches de algunos visitantes del lugar.
Lo vertical de las paredes no debe asustarnos: poco después del primer estrechamiento se abre a la izquierda una plácida vaguada, por donde una cómoda senda nos lleva a la parte superior del cerro:
Desembocamos pronto en un llano, entre la ladera de la sierra a la derecha, y los escarpes sobre los que se sitúa el castillo. Desde estos últimos, la vista sobre el valle es impresionante:
Llama la atención la cantidad de cornicabras (Pistacia therebintus) que pueblan la zona, junto a algún acebuche y sabina. Como el castillo ha sido tomado por un par de familias con sus cachorros, huímos sin presentar batalla…
Bajamos por donde subimos y, tomando el coche, conducimos hasta el embalse del Quiebrajano, punto de partida de interesantes rutas que algún día recorreremos.
Una vez fichado el camino que nos llevará algún día hasta el Quejigo del Amo, volvemos en coche a Otíñar para tomar la carretera que lleva, por el arroyo de las Azadillas (o Hazadillas: no está claro si son campos o herramientas) hasta el área recreativa y el aula de naturaleza allí ubicadas.
Aquí tenía yo oculto mi as en la manga: ascender por el Arroyo del Fresno, que entra en esta zona por la izquierda, hasta los Llanos de Palomares, desde donde el carril principal nos bajaría de nuevo a este punto. Rodeamos, pues, el Aula de Naturaleza por la izquierda y, tras algún titubeo, cruzamos el mencionado Arroyo del Fresno y seguimos una desdibujada senda por su derecha (subiendo). Y tanto que subiendo, pues en muy poco espacio asciende unos 70 m, manteniéndose separada del arroyo hasta que, superado un repunte, se pega a su cauce y dulcifica su pendiente.
Roídos por el hambre, aprovechamos un rincón soleado para ponernos a la tarea…
A partir de este punto el camino es mucho más agradable: la pendiente es casi nula y la vegetación da signos de cambio: un par de quejigos junto al arroyo, más encinas…
Por fin nuestro barranco-surco viene a morir a un llano herboso -buy herboso-, que es el sitio donde deberíamos haber comido: los llanos de Palomares:
Los Llanos son una amplia hondonada entre varios cerros. El pinar desaparece, sustituido por un encinar, adehesado en la parte baja, más denso en las alturas…
Por la derecha del llano circula un ancho carril, que es el que viene desde el área recreativa, y se dirige desde estos llanos al pueblo de Carchelejo (o viceversa: me apunto como asignatura pendiente llegar aquí entrando desde Carchelejo). Tomamos el carril hacia la derecha, en una ligera subida que, mirando hacia atrás, nos ofrece el despliegue de los llanos:
Sòlo nos queda dejarnos caer por el camino hasta el vehículo.
En resumen: hay que volver más pronto que tarde. Ciao.
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